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La zarzuela, historia de un género genuinamente español

Entre la ópera y el teatro, entre la música popular y la escena culta, entre lo costumbrista y lo lírico, la zarzuela ha sido durante siglos una de las formas más singulares y representativas de la cultura escénica española. Nacida en los salones palaciegos del siglo XVII, transformada en espectáculo popular durante el XIX y proyectada al siglo XX con ecos cinematográficos, la zarzuela ha retratado como ningún otro género el alma cotidiana de España. Sus historias de barrio, sus tipos populares, su musicalidad pegadiza y su capacidad para combinar drama, sátira y emoción han convertido a este género en un patrimonio emocional compartido.

La historia de la zarzuela comienza, simbólicamente, en el Palacio de la Zarzuela, residencia real situada a las afueras de Madrid y cuyo nombre derivaba del entorno de zarzas que lo rodeaba. En ese espacio cortesano, hacia mediados del siglo XVII, comenzaron a representarse espectáculos que mezclaban teatro, música y danza. La primera obra identificada con el término “zarzuela” fue *El jardín de Falerina*, de Calderón de la Barca, con música de Juan Hidalgo, estrenada en 1657. Calderón, figura central del teatro barroco, fue un gran impulsor del nuevo formato, que buscaba competir con la ópera italiana pero desde una identidad española. La zarzuela barroca, también conocida como zarzuela grande, alternaba partes cantadas con recitativos y diálogos hablados, y solía tener argumentos mitológicos o alegóricos. Su finalidad era más ceremonial que popular, y estaba dirigida a un público cortesano y aristocrático.

Sin embargo, con el paso del tiempo y la evolución del gusto del público, la zarzuela fue perdiendo su carácter palaciego y transformándose en un espectáculo más accesible. Tras un cierto eclipse en el siglo XVIII, dominado por la influencia de la ópera italiana, el siglo XIX marcó el verdadero auge del género. En plena efervescencia romántica y nacionalista, surgió una zarzuela más pegada a la realidad cotidiana, con tramas urbanas, personajes populares y una fuerte carga costumbrista. Esta “zarzuela chica” convivía con la llamada “zarzuela grande”, más próxima al formato operístico. La clave de su éxito residía en su capacidad para retratar la vida diaria del pueblo con humor, ternura y una música inmediatamente reconocible.

Durante esta etapa, la zarzuela se convirtió en el espectáculo por excelencia del Madrid isabelino y alfonsino. Teatros como el Teatro de la Zarzuela, inaugurado en 1856, o el Teatro Apolo, conocido como “la catedral del género chico”, fueron epicentros de una auténtica fiebre zarzuelística. Autores como Francisco Asenjo Barbieri, con obras como *El barberillo de Lavapiés*, o Emilio Arrieta, con *Marina*, contribuyeron a consolidar una tradición nacional frente a la hegemonía de la ópera italiana y francesa. Barbieri, en particular, fue un compositor clave en la configuración del lenguaje musical de la zarzuela, incorporando ritmos populares como el chotis, la jota o la seguidilla, y dotando a sus obras de una gran riqueza melódica y rítmica.

La llamada “época dorada” de la zarzuela se extendió desde la segunda mitad del siglo XIX hasta las primeras décadas del XX. Fue entonces cuando surgieron los grandes títulos que aún hoy se representan en los teatros y auditorios del país. Compositores como Tomás Bretón, Ruperto Chapí, Amadeo Vives, Federico Chueca, Reveriano Soutullo, Juan Vert o Pablo Sorozábal firmaron partituras que pasaron a formar parte del imaginario colectivo. La mezcla de tradición popular y exigencia musical dio lugar a un repertorio amplio y variado que combinaba comedia, crítica social, lirismo y sátira.

Entre los títulos más emblemáticos de esta etapa destacan *La verbena de la Paloma* (1894), de Tomás Bretón, que retrata con maestría el ambiente festivo y castizo del Madrid de finales del XIX; *Doña Francisquita* (1923), de Amadeo Vives, una obra de gran belleza melódica y ambientación romántica; *Luisa Fernanda* (1932), de Federico Moreno Torroba, con un tono más serio y una orquestación sofisticada; y *La del manojo de rosas* (1934), de Pablo Sorozábal, que mezcla el realismo social con la chispa del humor madrileño.

La zarzuela, lejos de ser un género uniforme, se diversificó en formas y estilos. Existían zarzuelas cómicas, sentimentales, patrióticas, históricas, regionalistas, todas ellas con una estructura común: alternancia de diálogos hablados y números musicales. Esta fórmula, que permitía al espectador seguir la trama con facilidad y disfrutar de pasajes musicales memorables, fue una de las claves de su popularidad. Además, la zarzuela supo incorporar con inteligencia los cambios sociales, las modas musicales y los intereses del público, adaptándose a los tiempos sin perder su esencia.

El siglo XX, sin embargo, trajo consigo un declive progresivo del género. La aparición del cine sonoro, la expansión de la radio y el cambio en los hábitos culturales del público restaron espacio a la zarzuela en la vida cotidiana. Aun así, el género sobrevivió gracias a la fidelidad de sus intérpretes, de su público y de algunas instituciones que siguieron apostando por su difusión. En los años cuarenta y cincuenta, muchas zarzuelas fueron adaptadas al cine, lo que permitió su conservación y su proyección a nuevas audiencias. Actores como Antonio Molina, Luis Mariano o Concha Velasco participaron en versiones cinematográficas de títulos clásicos, manteniendo viva la llama del género en pleno auge del entretenimiento audiovisual.

A finales del siglo XX e inicios del XXI, la zarzuela ha vivido un proceso de recuperación, revisión y revalorización. El Teatro de la Zarzuela de Madrid, que ha mantenido una programación estable del género, ha sido clave en esta labor de preservación y actualización. Nuevas producciones, algunas con una visión escénica renovadora, han acercado los grandes títulos del repertorio a públicos más jóvenes. Directores de escena como Emilio Sagi o Paco Mir han apostado por una zarzuela moderna en su puesta en escena pero fiel en lo musical, mientras que cantantes líricos como Ainhoa Arteta, Plácido Domingo o María Bayo han interpretado el repertorio zarzuelístico en los principales teatros del mundo.

La zarzuela, más allá de sus tópicos, es una forma artística compleja, rica y profundamente enraizada en la identidad cultural española. Ha sido capaz de reírse de sí misma, de retratar con agudeza las tensiones entre clases sociales, de cantar al amor y al desengaño, de poner música a los barrios y a las plazas. En ella conviven la risa y la melancolía, el bullicio y la introspección. Y aunque durante décadas fue relegada a un lugar secundario en la historia de la música europea, hoy se la reconoce como lo que siempre fue: un género único, híbrido, brillante y profundamente humano. Un testimonio vivo de lo que ha sido, y sigue siendo, España sobre el escenario.